Un día, la vida me golpeó tan fuerte que me enseñó a resistir. Un día, me mintieron de tal forma que me dolió y entonces aprendí a ir siempre de frente con la verdad. Un día, me falló quien menos imaginaba y entendí que las palabras hay que cumplirlas y de los actos, hacerse cargo. Además, un día lastimé a alguien y fue ahí cuando aprendí a pedir perdón. Un día lo viví triste y cuando llegó la noche me di cuenta que es mucho más lindo sonreír que llorar. Otro día, perdí mi tiempo con cosas que no valían la pena y noté que la vida pasa demasiado rápido para perdérsela esperando algo que nunca va a pasar. Un día, descubrí que tiene sentido enamorarse y pelear por lo que uno siente. Después de muchos días entendí, que en la vida todos te van a lastimar, pero tienes que encontrar a las personas por las que vale la pena sufrir. Tienes que sonreír. Tienes que saber amar. Tienes que tener la grandeza para aceptar tus errores y la valentía para pedir perdón. Tienes que compartir. Tienes que cumplir. Tienes que olvidarte de los que te critican y unirte a los que te quieren y por sobre todo tienes que vivir cada momento como si fuera el último.

miércoles, 23 de enero de 2013


Si le sumamos la cantidad de pasos que toma ir desde la parada a mi casa, & lo multiplicamos por el doble del ancho molecular de un axón con mielina, dividido la cuarta parte de los indígenas que sobrevivieron en las Antillas un año después de la conquista española, le restamos los flikitis que le vienen a floricienta por día, & lo multiplicamos por la octava parte de la cantidad de sílabas de un enunciado oracional, elevado a la cantidad de letras que tiene su núcleo verbal & su objeto preposicional, menos la incertidumbre de la fuerza elástica de un resorte cuya variación de longitud es igual a la mitad de las calorías que tiene una zanahoria con mayonesa, & a esto le sumamos un tercio de la apreciación de una probeta cuyo ancho & largo equivalen a el diámetro de una naranja en ebullición más la cantidad de glándulas sudoríparas que hay en el dedo del pie, & a esto le sumamos la cantidad de esposas que tuvo Enrique VIII,  menos la suma de los lápices en mi cartuchera & la cantidad de años promediados de los adscriptos, te da la cantidad de probabilidades simétricas de que, por una polinómica ecuación, vuelvas a mi.

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